En aquellos
tiempos antiguos, donde los hombres creían que el sol y la luna se
comunicaban con ellos.
Había un pequeño
pueblo en donde vivía un hombre que amaba mucho a su hija, la cual le
acompañaba en sus tareas diarias, sobre todo cuando iba a alimentar a sus
animales.
La muchacha con
el pasar del tiempo comenzó a recibir las visitas de un apuesto joven, que
siempre vestía camisa blanca, traje negro y sombrero a juego, y con el tiempo
se hicieron buenos amigos. Un día, mientras los animales pastaban plácidamente,
el muchacho pidió a la joven que lo levantase y lo lanzase al aire, y que luego
sería él quien la lanzase a ella.
Ante la sorpresa
de la muchacha, ésta consiguió remontar el vuelo, oportunidad que el extraño
joven aprovechó para llevarla a su nido, ya que el muchacho era un cóndor que
había conseguido disfrazarse de humano.
Allí vivió la
joven durante dos meses, alimentada con carne, hasta que finalmente ambos
se convirtieron en pareja, llegando incluso a tener un hijo.
Pero la añoranza
de la muchacha por su padre y sus animales se hacía cada día más insoportable,
así que trató de convencer a su pareja para que le permitiese volver a casa, a
lo que el cóndor se negó rotundamente.
Desesperada, la
muchacha vio un día a un picaflor que buscaba néctar cerca del
nido del cóndor, y le pidió ayuda para escapar.
El picaflor le
dijo que no se preocupara, que esa misma noche iría a ver a su padre y le diría
dónde estaba, para que éste pudiese venir y rescatarlas a ella y a su hijo. A
cambio de tal favor, el picaflor podría quedarse todas las flores del jardín
que la joven tenía en casa.
Durante esa
noche, el picaflor cumplió su palabra, y tras contar al anciano sobre el
paradero y la situación de su hija, ambos emprendieron el camino hacia el
barranco donde estaba el nido del cóndor. Durante el viaje, el picaflor explicó
al anciano que necesitarían de un burro viejo y dos sapos, si querían recuperar
a la joven.
En primer lugar,
depositaron al pobre burro en el fondo del barranco y esperaron a que el cóndor
se acercase a comer.
Una vez que el
cóndor estuvo distraído con su cena, el anciano y el picaflor bajaron a la
muchacha y a su hijo, dejando en su lugar los dos sapos que habían traído,
antes de escapar silenciosamente.
Entonces el
picaflor volvió junto al cóndor y usando su mejor interpretación le dijo con
voz de asombro que su mujer y su hijo habían sido transformados en sapos, por
algún tipo de extraño maleficio.
El cóndor
emprendió veloz el regreso a su nido, donde encontró a las dos verdes
criaturas, y tan afectado quedó por el dolor y la sorpresa que decidió vivir
como cazador solitario el resto de sus días.
Mientras tanto,
el picaflor obtuvo la bendición para tomar del jardín familiar todo el néctar
que quisiera, en agradecimiento a su ayuda.
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El Cóndor